703 palabras.
Imagina que eres un gran péndulo, como el de los relojes antiguos, que oscila de un lado a otro. Imagina que cuando asciendes por un lado estás en el pasado, cuando desciendes, en la parte más baja, estás en el presente y cuando estás en la parte más alta del otro lado, estás en el futuro. Imagínate en marcha, oscilando, como un reloj antiguo.
En un momento dado, en el balanceo, eres ese péndulo en uno de los extremos, en el pasado. Eres tú, de repente, recordando cosas, mirando por el espejo retrovisor de tu propia vida. Lo que no has resuelto vuelve una y otra vez. Estás en las cosas que un día fueron, pero ya no son. Estás en tu memoria, en tu registro biográfico, psicológico y emocional, y cuando lo reobservas cada vez, lo reinterpretas de nuevo. A veces buscamos en el pasado. A veces nos trae tristeza, por las cosas que no hicimos, por abrir el álbum de los recuerdos dolorosos, por tocar heridas, cicatrices, errores. Es cierto que a veces ahí encontramos explicaciones. Y a veces aprendemos. No siempre es malo ni hay por qué evitar mirar atrás, pero debemos saber que siempre que estamos ahí, dejamos de estar aquí.
Y ese péndulo, que eres tú, sigue en movimiento y desciende rápidamente hasta su parte más baja, pero ahí no se detiene y sube por el otro lado, y ahí está el futuro. Estás en las cosas que pueden ser, pero aún no son. Ahí aparecen tus preocupaciones, tu yo proyectado, tus expectativas, tus situaciones deseadas, tus ilusiones, es el horizonte que a veces te ilusiona pero otras te preocupa. Es el lugar hacia el que crees caminar. Pero realmente, el futuro es solo un lugar de tu mente y no puedes habitarlo. Es solo una dirección.
Pero… ¿Qué sucede cuando prestas atención a lo que hay aquí, a lo que hay ahora? Sucede que ocupas el presente. El péndulo pierde velocidad, se mueve muy lento y no asciende por los extremos. Comienza a estar en la parte más baja, casi ahí se detiene, y ahí sucede la vida, ahí está este instante, es aquí, es ahora, son tus ojos leyendo estas palabras.
Un presente por momentos incapturable porque lo intentas agarrar y ya se ha ido, pero un presente que puedes experimentar.
Meditar es detener abajo ese péndulo, meditar nos permite ensanchar el presente, indagar en lo que está ocurriendo, es ver este momento, es contactar con el discurrir de la vida, con su movimiento, su latido y su impermanencia.
Con frecuencia nuestra mente es como una mariposa curiosa que se pierde en sus propios pensamientos y nos lleva de aquí para allá, con sus narrativas y diálogos. Es nuestro sí, pero también es nuestro no. Nuestra mente puede actuar lúcida y racional muchas veces, pero también puede volverse un huracán de preocupaciones y atormentarnos con inmensas nubes de angustia. Pero ella es nuestra compañera inseparable de vida y debemos aprender a convivir, no solamente con ella, también con sus discursos.
Y precisamente, conociendo la naturaleza de nuestra mente y de su tendencia a oscilar como un péndulo, podemos entrenarnos para ser conscientes de lo que hace, observar sus pensamientos como si fuéramos espectadores en el cine, viendo nuestra propia película, sentados en la butaca de la conciencia. Esto es lo que se consigue a través de la meditación. Y cuando se practica de manera consistente y disciplinada, sucede algo maravilloso que no puedo describir bien con palabras, porque eso que sucede se llama experiencia. Y las experiencias, por mucho que se cuenten, nunca pueden llegar a transmitirse, y es que por mucho que nos cuenten lo que es el enamoramiento, solamente lo sabemos el día que nos sucede.
No obstante, si tuviera que resumir esa experiencia, diría que con la práctica de la meditación uno pasa de estar vivo a sentirse vivo, uno se encuentra a sí mismo y descubre otra manera de estar en el mundo. Uno descubre que es posible habitar el momento que surge en el aquí y ahora, uno descubre algo sencillo y a la vez virtuoso que se llama vida consciente, un maravilloso misterio que nunca deja de asombrar.
Un artículo original de
Javier Lozano de Diego