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En 1972 Paul Ekman definió seis emociones: ira, asco, miedo, alegría, tristeza y sorpresa. Analizó estas emociones en distintas culturas y poblaciones del planeta, encontrando a través de las mismas expresiones faciales una universalidad en todas ellas. Ekman llegó a la conclusión de que estas emociones debían ser vitales para los seres humanos. Por eso se denominan ahora emociones básicas.

Pero… ¿Qué otras emociones hay? ¿Cómo sienten las personas llamadas altamente sensibles? ¿Por qué se dice que las personas con alta capacidad intelectual tienen con frecuencia una gran profundidad emocional? ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra? ¿Por qué a veces tenemos emociones tan complejas que no entendemos lo que quieren decirnos? ¿Nos vemos a veces hechos un lío como “El Monstruo de los Colores” de Anna Llenas?

En realidad, no es tan difícil responder.

Voy a intentar hacerlo a través de un sencillo ejemplo que explica cómo nuestra parte más inteligente, la corteza prefrontal, conecta con nuestro mundo emocional, el sistema límbico.

Un accidente

Imagina que dos niños de ocho años presencian como un coche atropella a un gato en la calle. Pronto ambos se dan cuenta que el gato ha muerto. Los dos niños sienten tristeza por lo ocurrido. Ambos niños lloran pero, desde una conciencia diferente, veamos por qué…

Uno de ellos siente rápidamente la tristeza y después elabora un breve relato basado en la perspectiva de que un gato inocente trataba de cruzar la carretera y que por mala suerte ha sido atropellado, cree que el gato no ha sufrido mucho, esto le alivia, y también que el conductor ni siquiera se ha dado cuenta, así que bueno, ha sido un suceso triste que se resume en esto. Su sistema límbico es el encargado de generar la emoción de la tristeza, de dar una respuesta fisiológica, como por ejemplo, ganas de llorar y un nudo en la garganta. Cuando el niño ha empezado a explicarse la situación, ha sido su corteza prefrontal la que buscaba causas y consecuencias del suceso, esa observación es ya una elaboración cognitiva.

El otro niño, también está triste y percibe la emoción en su cuerpo. Ha observado que el gato era muy pequeño, probablemente un cachorro. Cree que el gato no ha sufrido pero que su madre si va a sufrir cuando lo vea muerto en el asfalto porque cree que ella no estará muy lejos y lo estará buscando. Eso le empieza a generar unos matices en su tristeza que dan lugar a un sentimiento más profundo. Sin poder evitarlo (por activación de neuronas espejo) se pone en el lugar de la madre gata y siente un sufrimiento muy hondo. Se siente impotente.

También se fijó en que el coche giró al final de la calle en una rotonda y el conductor dirigió su mirada hacia el fondo de la calle, posiblemente para saber si había atropellado al gato o no, es decir, esa persona al final supo que lo había atropellado. ¿Se sentiría mal por ello? ¿Culpable tal vez por no haber prestado más atención?

Este niño se pregunta por qué el gato estaba cruzando la calle y se plantea si son los gatos los que invaden el terreno de las personas (sus ciudades) o si somos las personas quienes invadimos el terreno de los gatos, es decir, el campo sobre el que hemos construido las ciudades. ¿Es cuestión de quién habitaba primero cada lugar? ¿Compartimos hábitat? ¿Lo hacemos de una manera equilibrada o abusiva? Y entonces surge una pregunta potente que le perseguirá muchas veces en su vida: ¿Es justo que pase esto?

Decenas de preguntas como esta aparecen en la mente de este niño, que tiene la misma edad que el otro. Este niño pronto se ve inmerso en una gran profundidad emocional por múltiples causas, una de ellas su gran capacidad intelectual, que le ha permitido relacionar una mayor cantidad de sucesos y haber generado un relato cognitivo más complejo. Todo esto le sucede en apenas segundos, de manera involuntaria.

El poso de tristeza y reflexión que quedará en el segundo niño posiblemente tendrá una duración más larga que en el primero. Puede que todo esto pase desapercibido incluso por sus padres. Aunque, a los días, “sin venir a cuento”, pregunte: “¿En el planeta tierra quienes existieron antes los gatos o las personas? Y sus padres respondan: “¡Qué preguntas haces hijo mío!”

No es mejor ni peor, más adaptativo o menos, más deseable o menos, sentir de una manera o de otra. Cada individuo es singular, es decir, único e irrepetible. Solamente he utilizado este sencillo ejemplo del gato muerto para que se pueda entender mejor el porqué de la profundidad emocional en algunas personas.

Por último, y aunque pueda parecer paradójico, ser más inteligente no quiere decir ser más sensible, ni ser más emocional. La inteligencia está relacionada con la capacidad de elaborar un relato cognitivo complejo pero sólo es una capacidad.

Por lo que conocemos hasta hoy de nuestro cerebro podemos decir que la inteligencia ha sido un instrumento al servicio de nuestras emociones y, por lo tanto, de nuestra supervivencia.

Un artículo original de

Javier Lozano de Diego