350 palabras.

Es tuyo. Y ahora oscurece incluso los rincones que estaban más iluminados en tu alma.

Intentas taparlo como puedes, pero siempre quedan huecos, nunca lo llegas a abarcar. Es tan grande que te convierte en lo más pequeño. Y amenaza a veces tu propia existencia.

Esta ahí, aunque no lo mires, aunque le des la espalda, aunque corras, aunque escapes… Está ahí. Siempre está, como un eco permanente.

Sin embargo, hay días que no se escucha, como si hubiera sido un mal sueño, como si no hubiera estado nunca. Y te liberas. Desaparece su peso de plomo que te llevaba hacia el fondo y amenazaba con ahogarte, tantas veces…

Pero igual que se va, otro día vuelve, porque es tuyo, no lo olvides.

Y empiezas a entenderlo.

Son tus sueños rotos, es tu corazón que sigue vivo pero no late, es el vacío de lo absurdo, es la incomprensión casi total de lo que pasa. También son las mil y una preguntas sin respuesta, que no cesan, que no callan.

Y tratas de agarrarte a las manos que un día te sujetaron pero al hacerlo se desvanecen. Y descubres que son muy pocos los que quedan, pero aún quedan los que siempre estuvieron y están. Es el descubrimiento de lo real y el final de lo ficticio. La decepción de los muchos y la sorpresa de los pocos. Ese aprendizaje también es tuyo.

Todo es tuyo en realidad. También tu secreto de sumario.

Es lo que dices, pero sobre todo lo que no cuentas. Es lo que sientes, pero sobre todo lo que no muestras.

Es lo que sabes cuando no te engañas… aunque una trampa en solitario sea la salida tentadora para ganar la partida.

Es tu sufrimiento, el que solo tú conoces, porque nunca nadie estará en tu camino ni llevará tus zapatos. Recuerda que para los demás son invisibles las heridas de tu alma, aunque tú las sientas y vivas cada segundo.

Es tuyo. Sólo tuyo.

Tu puto drama.

Dedicado a quienes están librando su propia batalla interior

Javier Lozano de Diego