182 palabras.
Estalló en más de mil pedazos. Nadie lo vio. Estalló por dentro.
Se golpearon sus entrañas, sus ideas y sus emociones. Se golpearon tanto y tan fuerte… que perdió su identidad y su significado.
Todo se volvió oscuro y lleno de un silencio inmenso y profundo. Allí no quedaba nada ni nadie. Un extraño y nuevo mundo deshabitado con un ser destrozado en más de mil pedazos. Inconexo y desordenado.
Pasó el tiempo. El tiempo fue el único que no murió.
Pasó más tiempo. Y un pedazo se acercó a otro pedazo. Y al tiempo se acercó otro más. Y otro más. Una fuerza constante y persistente, unas ganas, una memoria, recordaban la composición, el puzzle que formaba antes aquel ser. Y un día, todos los pedazos volvieron a unirse y se sellaron de una manera jamás vista, una manera perenne e indestructible. Y recordó su nombre y recordó quién era. Y miró al horizonte con un brillo en los ojos que nunca antes tuvo y agitó sus alas y echó a volar. Alto, muy alto.
Nada ni nadie puede detenerle ahora.
Nunca pierdas la ilusión porque a veces lo mejor está todavía por llegar
Un artículo original de Javier L. de Diego