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Recuerdo hace unos días la noticia de que una osa, llamada ‘Ina’, había sido liberada en un bosque después de haber estado 20 años en cautiverio en un zoológico de Piatra Neamt, Rumanía. La sorpresa fue que, tras su liberación, la osa permaneció como encerrada en una jaula imaginaria de apenas unos ocho metros cuadrados, reproduciendo un camino circular que recorría en bucle. Te recomiendo que eches un vistazo al enlace de esta noticia que puedes encontrar al final de este artículo.

Yo no tengo conocimientos de zoología, así que desconozco que tipo de afectación neurológica habrá tenido este animal para no volver a la libertad que podría haberle ofrecido el bosque. Esta osa en cuestión no perdió la visión, es decir, ella continuaba viendo a su alrededor los árboles, las rocas o los caminos. Sin embargo, habían dejado de llamar su atención. Habían dejado de ser relevantes en el estrecho foco de su alterada conciencia. No aspiraba ya a recorrer ningún camino, no porque no lo viera, sino porque su impulso al descubrimiento y su curiosidad ya no existían. Eso es una jaula imaginaria.

La imagen de la osa en el bosque me impactó profundamente (insisto en que veas el enlace a la noticia) y me llevó pronto a pensar en mí como individuo y en nosotros como especie. ¿Y si vivimos nosotros también en un tipo de jaula imaginaria? ¿Tal vez la que se forma con las paredes de nuestras creencias, nuestros prejuicios, nuestra ignorancia y nuestra perdida sistemática de asombro conforme crecemos?

Es suficiente alzar la vista hacia el cielo en una noche, desde la concentración y la inspiración que a veces sólo permite el silencio, para descubrir que hay más cosas ahí fuera. Esto es una realidad que en nuestro día a día no vemos porque está fuera de nuestra rutina, de nuestra área de influencia y seguramente no es relevante para garantizar nuestra supervivencia biológica, económica o social. Pero más allá del horizonte que somos capaces de describir en nuestro escenario diario, existe una inmensidad que no somos capaces de procesar, asimilar o imaginar. Existe un universo desconocido pero absolutamente real y que nos resulta ajeno en nuestro quehacer cotidiano, como ajeno le resulta ahora el bosque a ‘Ina’.

Recuerdo que hace poco me asomé a las páginas del genial e inspirador libro Construir el Mundo (Arpa Editores, 2020) del matemático Enrique Gracián, lo hice movido por la enorme curiosidad que genera conocer las piezas de las que está hecho el universo. Reconozco que su lectura me empujó hacia fuera de la jaula. Creo que, en general, los adultos nos acostumbramos a lo que es cotidiano, a lo que sucede diaria y repetidamente. Por ejemplo, a ver salir el sol por las mañanas y a ponerse después por las tardes. Esa repetición forma un acontecimiento rutinario y nos genera ya poca sorpresa. Sin embargo, en el núcleo de nuestra querida estrella se están fusionando átomos de hidrógeno en helio a razón de 620 millones de toneladas métricas de hidrógeno por segundo, esto ya invita a sorprenderse un poco. Invita también a preguntarse… ¿Qué tipo de mundo nos rodea? ¿Qué hay ahí fuera? Normalmente paseamos por la calle sin ser conscientes de esto, mientras millones de fotones radiados por el sol impactan en nuestra piel después de recorrer un viaje por el espacio de aproximadamente 150 millones de kilómetros en apenas 8 minutos.

Invita también al asombro leer a Juan Luis Arsuaga, brillante paleoantropólogo, erudito y apasionado. Reconforta comprobar su gran interés por descifrar los enigmas de nuestra especie, reconstruyendo una historia misteriosa, la de nuestra vida, a través de todos los recursos químicos, físicos y matemáticos que la ciencia es capaz de utilizar. Juan Luis mira hacia atrás, en busca de nuestros antepasados, de nuestro origen, buscando respuestas a preguntas profundas y relevantes para nuestra especie. Y comprendemos que estamos aquí debido a un proceso evolutivo, que por distintas razones, necesarias o no, dieron lugar a que nuestra especie fuera la elegida. Lectura: La Especie Elegida (Destino, 2020). Fascina comprobar como la vida ha luchado incesante por hacerse hueco ante la amenaza constante de un mundo amenazante y aterrador.

La vida ha estado siempre abriéndose camino, dando lugar a distintas especies perfeccionadas, adaptadas a sus respectivos ecosistemas, cada diseño de sí misma mejor y más adecuado para sobrevivir. Se abre la vida camino a través de un ciclo repetido de nacer, reproducirse y morir. Y, ¿No es nuestra propia y singular vida sino sólo un pequeño eslabón dentro de ese ciclo? Y como un impulso cuya intención no conocemos (si es que tiene intención) la vida avanza en todas sus formas y expresiones en una arriesgada lucha que se debate entre existir y dejar de existir.

Algunos sentimos a veces nostalgia por no poder regresar temporalmente a nuestros antepasados, por no poder verlos, por no saber de sus vidas nada más que lo que deducimos a través de registros fósiles. ¿Se sintieron solos? ¿Miraron al cielo? ¿Se hicieron preguntas? ¿Las respondieron? A veces parece que ellos quedan lejos de nuestras vidas pero es cuestión detenerse un momento para conectar con nuestra esencia.

Sí. ¡Detente en esta línea que estás leyendo! Ahora abre suavemente tu mano derecha. Gira la palma hacia ti y estira los dedos. Obsérvala despacio. Tú no has fabricado esa mano, ha sido el impulso de la vida. Tu mano es parte del legado que nos han dejado ellos. Sí. Nuestros antepasados están dentro de nosotros. Somos sus genes, sus células, sus estructuras. Y, ante todo, su cerebro.

Y es que miramos al cielo, conscientes de que hay mucho ahí fuera por explorar, pero también, por otro lado, miramos adentro, a nuestro cerebro, conscientes de que también hay mucho aquí dentro por explorar.

Gracias a la tecnología y en especial al avance de la neuroimagen, la neurociencia está realizando descubrimientos que están explicando mucho mejor quiénes somos. Comprobamos en nuestro cerebro la presencia de estructuras cerebrales de otras especies animales, podríamos hablar rápidamente del llamado cerebro reptiliano (el tronco encéfalo y el cerebelo), del sistema límbico o cerebro mamífero (la amígdala, el hipotálamo y el hipocampo) y del neo córtex o corteza cerebral que sería lo que nos hace propiamente humanos. Esto es un resumen muy tosco de nuestro cerebro, un órgano misterioso, inmenso y todavía en descubrimiento, pero este resumen recoge ya parte de nuestro pasado.

En el neo córtex está nuestra gran diferencia, nuestra esencia como especie, nuestra definición. Y en este sentido, resulta a la vez inspirador y a la vez inquietante, escuchar al genial Javier Tirapu, neuropsicólogo, para el que no encuentro suficientes palabras que sean capaces describir su talento. Es para mí una referencia en neuropsicología y sobre todo destaco de él su valentía, la que a veces vemos en los científicos que admiramos en los libros, esos que a veces eran incomprendidos en su momento de la historia y en sus circunstancias. Javier Tirapu, es fiel a la lógica, a la ciencia y al descubrimiento puro. Lectura: ¿Para qué sirve el cerebro? (Desclee de Brouwer, 2008).

Escuchándole hablar de las funciones ejecutivas, una de sus especialidades, resulta más fácil entender qué es esto de ser humanos. Pero cuando habla de la conciencia es cuando se disparan las preguntas, que todas me llevan a dos palabras, que diría que son las que dan forma a nuestra manera de existir. Son sólo dos palabras, entre dos signos: ¿Por qué?

Desafiando y cuestionando lo rutinario, buceando en la profundidad filosófica de las tres preguntas vitales: ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos?  ¿A dónde vamos? Aceptando que probablemente yo que escribo estas líneas y tú que las lees no lleguemos a responder completamente a ninguna de las tres, seguiremos entonces caminando. Bueno, para eso es la utopía, para caminar. Así lo dice el escritor Eduardo Galeano.

A veces siento que la sociedad gira en círculos entorno a una rutina diaria, como si fuera un tiovivo que conforma las paredes de una especie de jaula imaginaria para todos. Sí, una jaula como la de ‘Ina’.

Cuando nos encontramos con las palabras de Enrique Gracián, Juan Luis Arsuaga o Javier Tirapu, nos damos cuenta que algunos han escapado de sus jaulas imaginarias, reflexionando, buscando en cada paradigma un peldaño hacia otro superior. Y entonces me pregunto si acaso estamos aquí para resolver algún enigma, si la existencia en sí misma lo es, o si simplemente son preguntas exclusivamente humanas, demasiado humanas, preguntas propias de nuestra condición, de nuestro cerebro de sapiens.

Y pienso entonces que, tal vez, ahí fuera, más allá de nuestros límites cognitivos, todo lo que hay no tiene significado en sí mismo.

O tal vez sí.

Y entonces, me surge una pregunta.

¿Por qué?

Un artículo original de Javier Lozano de Diego

Enlace de la Osa ‘Ina’

https://www.europapress.es/desconecta/animalparty/noticia-osa-vive-atrapada-jaula-imaginaria-20-anos-encerrado-zoologico-20210121123434.html