676 palabras.
Durante años viví convencido de que la fragilidad humana era como la de un jarrón de porcelana, bello, pero que un día podía caerse y romperse en añicos de manera irreversible. Mi experiencia vital había sido también caerme y ver a otros caerse. Había aceptado que esto era algo consustancial al hecho mismo de vivir, herirse y cicatrizar forma parte del misterioso baile de la vida.
También, durante mucho tiempo, pensaba que, aunque la reconstrucción de un jarrón roto fuera posible, éste nunca podría recobrar su estado original, nunca podría ser lo de antes. Pensaba que ciertos sucesos eran capaces de dejar huellas perennes en nuestras vidas. Traumas. Y dediqué bastante tiempo en pensar sobre esto: en la reconstrucción de jarrones rotos.
Mi conclusión siempre adquiría matices tristes. Un jarrón roto como mucho podría aspirar a ser un eco de lo que un día realmente fue. Podría ser el eco, sí, pero nunca la canción. Para mí sus grietas representaban heridas incurables que permanecerían en forma de cicatriz, heridas que siempre dolerían al ser tocadas. “No todo tiene vuelta atrás, no todo es reversible”, me decía a mí mismo, en mis diálogos internos. Así que concluí que no todo el daño se podía curar y que algunas heridas sangrarían siempre. Con esa convicción caminé durante muchos años de mi vida.
Pero un día, curiosamente, me encontré con alguien que hablaba de las heridas de la infancia y de la posibilidad de que no todas pudieran ser reparadas. Le conté mi metáfora del jarrón roto sobre la que tanto había pensado y esta persona me habló de una técnica de reparación de jarrones que se llamaba kintsugi.
Pero…¿Qué era eso de kintsugi? Busqué información.
Al descubrir su significado quedé fuertemente impactado.
Kintsugi es una técnica de origen japonés que tiene unos cinco siglos de antigüedad y se utiliza para reparar las fracturas de la cerámica mezclando barniz de resina con polvo de oro. Este tipo de reparación celebra la historia vivida por cada objeto haciendo énfasis en sus fracturas en lugar de ocultarlas, transformándolo en un objeto incluso más bello que el original.
¿Podría esta técnica antigua aplicarse también a nuestras vidas? ¿Sería posible que nuestras grietas nos hicieran más valiosos?
Kintsugi no solo enriquecía mi metáfora del jarrón roto, también le daba otro significado. Eso fue lo que más me impactó. Había un cambio profundo que me permitía reinterpretar la cuestión de la herida y la cicatriz.
Reflexioné sobre cómo esto podría aplicarse a nuestras vidas. Dejé transcurrir el tiempo, observé, y comprobé que prácticamente siempre surgen oportunidades (por pequeñas y sutiles que sean) de rellenar nuestras grietas con polvo de oro y adquirir más belleza que antes.
Un jarrón reconstruido habla de su historia y de sus accidentes, es un jarrón que grita “he vivido mucho” y resalta el valor de sus golpes. Un jarrón único, auténtico, con identidad.
Y es que el objetivo no es volver atrás, al estado previo, el objetivo es entender que las heridas se curan cuando se rellenan de oro, que no es otra cosa que la aceptación y el amor puro que siempre estamos a tiempo de recibir de quien nos abre su corazón y también de nosotros mismos. Hay oportunidades de amor que a veces pasan desapercibidas pero que discurren entre nosotros.
A lo largo del tiempo he constatado que esto es real y sucede. Son muchos casos ya los que conozco de vidas difíciles, donde prácticamente todo estaba en contra, y al igual que emergen algunas flores en medio del asfalto, han emergido cada una de esas vidas.
Es posible. Prácticamente siempre es posible. Estamos a tiempo de convertir en algo bonito todo nuestro dolor.
Después de entender el significado de kintsugi os invito a cada uno a mirar vuestras cicatrices con estos nuevos ojos y entender que nuestra belleza radica en la historia que nuestras grietas cuentan.
Nuestras heridas son nuestra bella y valiosa verdad.
No somos a pesar de ellas. Somos gracias a ellas.
Un artículo original de
Javier Lozano de Diego