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Al principio estábamos ilusionados, luego asustados, después las dos cosas. Este viaje era tan bonito como peligroso. A veces era de día, otras veces era de noche. Algunos días el viento soplaba a favor, y otros, ya os lo imagináis, soplaba en contra. Y a veces también, simplemente, no soplaba en ninguna dirección.
Los amigos que hemos hecho de pequeños, aquellos a los que queríamos, a los que nos unimos con tanta espontaneidad, con los que todo era fácil, y fluido, son los que llevamos en nuestro viaje. También puede ser con quienes más nos enfadábamos, pero es normal, quién no te importa no te puede enfadar.
Recuerdo, mientras navegábamos, la primera tempestad, diría que fue en la adolescencia. Las aguas se enfurecieron, el cielo tan pronto amenazaba tormenta como radiaba fuerte con un gran sol. No era fácil trazar un plan fiable. Recuerdo amigos estrellarse contra las rocas, partiendo sus barcos en demasiados trozos. “Se recuperarán” me decían algunos. Y es cierto, algunos se recuperaron, pero otros, como jarrones que se habían roto, por mucho que intentaron reconstruirse pegando sus piezas, siempre fueron ya jarrones rotos. Demasiadas sustancias en demasiados momentos críticos.

En este mar cada uno navegaba como podía.

Empecé a observar algo que me llamaba la atención y es que a veces remolinos, corrientes, mareas… desorientaban tanto a algunos barcos que acababan lanzados también contra las rocas. Esto ha sido fuente de curiosidad para mí durante toda la vida. ¿Queréis que os cuente algo que he descubierto sobre esto? Haré un inciso entonces.

Existe en psicología un concepto que se llama locus de control y que habla de cómo el individuo percibe su propia vida. Las personas que tienen locus de control interno tienden a pensar que las cosas que les pasan en la vida se deben de alguna manera a sus actos. Es como si sintieran que ellos son los protagonistas de su propia película, que pueden hacer y deshacer su destino, en última instancia, según su voluntad. Estos son los que piensan: yo llevo el timón del barco. Por otro lado, están las personas que tienen locus de control externo, estas tienden a pensar que las cosas que les pasan en su vida se deben a cómo la vida les trata o no. Es como si sintieran que ellos van a vivir el papel que la película de la vida ha decidido para ellos. Creen que es la suerte o el azar quien decide la vida de las personas y que en última instancia, por mucha voluntad que tengan, al final es la vida la que decidirá por ellos. Estos son los que piensan: el timón del barco lo lleva el destino.
¿Con quién te identificas más? Como curiosidad te diré que las personas con locus de control interno también tienden a sentirse culpables porque piensan que lo que sucede es responsabilidad de ellos. “En realidad podría haber hecho…” Es su frase más frecuente. Son especialistas en asumir todo. Por otro lado, las personas con locus de control externo no suelen sentirse culpables porque tienden a buscar excusas para evadir responsabilidades, sienten que lo que sucede no es responsabilidad de ellos. “¿Qué culpa tengo yo de que…?” Es su frase más frecuente. Son especialistas en despejar balones fuera.

Pero volvamos al mar. Volvamos al viaje. Recuerdo que aquellos que izaban sus velas, que las ajustaban según soplaba el viento tenían locus de control interno. Sin embargo, aquellos a quienes se llevaba la marea, o el viento, a su antojo, tenían locus de control externo. Sus vidas dependían de los caprichos del viento. Observé que ciertas personas, a pesar de las dificultades, seguían un camino que ellos mismos trazaban. Y descubrí que tenían un secreto. ¿Sabéis cuál? Todos ellos llevaban una brújula. Y algunos ni siquiera lo sabían, pero la llevaban. Lo descubrí. E incluso, a quienes no me creían, les hice ver la suya. Y es curioso, todos estos que llevaban brújula, conocían su norte y se dirigían hacia él. Y es así, cuando tienes una brújula y el viento sopla a favor, lo aprovechas. Cuando tienes una brújula y el viento sopla en contra, luchas. Pero en realidad siempre sigues tu dirección, tu camino. Y esta dirección no es otra que los principios fundamentales que rigen tu vida, son tus valores, es tu identidad, es tu esencia, que no pierdes por mucho que la vida te apriete hasta casi ahogarte. Y por eso hay gente que cuando lo ha perdido casi todo, sigue brillando con la misma intensidad, y por eso hay personas que a pesar de haber recibido fuertes golpes, siguen desprendiendo luz, porque nunca perdieron su norte, porque navegan con su brújula, la que les guía según sus propios principios.

Si tu vida se ha salido de tu camino, si no te gusta cómo estás viviendo, si no te gusta el recorrido de tus últimos años, es posible que hayas perdido tu norte, o que estés navegando sin brújula. Y no, no es la mala suerte, no es que la vida esté siendo demasiado dura contigo (que a lo mejor también), es sobre todo, que tu brújula y tu norte no son suficientemente robustos.

 

Un artículo escrito por Javier Lozano de Diego