189 palabras.

Se lo advirtieron. Pero no hizo caso. Nunca hacía caso. No porque quisiera llevar la contraria sino porque la brújula que guiaba su camino eran sus propias razones, sus propios entendimientos.

Escogió el camino que no estaba hecho, ese que había que hacer campo a través. El difícil. El peligroso. Ese escogió.

Las horas de soledad que conllevó atravesar aquello no quería ni contarlas. La incomprensión, el sufrimiento, el desgarrarse a veces por dentro, el caminar con heridas que no terminaban de cicatrizar nunca… siempre siguiendo el norte de su brújula, inexplicable y contradictorio a veces.

¿Arrepentimiento?

¿Cómo puede arrepentirse alguien que es fiel a su esencia, a sus sentimientos, a su propia y auténtica naturaleza? ¿Cómo puede alguien arrepentirse de eso?

Hasta que por fin un día llegó. Y allí estaba la caja.

Sólo había silencio. Un silencio serio, profundo, importante.

Miró fijamente a la caja. Toda su vida pasó por delante.

Se empañaron sus ojos. Tenía miedo. Tenía miedo de que todo fuera absurdo, de no poder soportar la verdad. Tenía miedo de que la caja estuviera vacía.

Y la abrió.

Y en ella encontró estas líneas.

La Caja. Original de

Javier Lozano de Diego