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Recientemente he vivido una situación injusta sobre mí que me ha provocado un gran malestar. Estas situaciones son verdaderas maestras.

Como algunos sabéis, desde hace aproximadamente dos años practico meditación y la capacidad para observar mis propias emociones ha aumentado mucho.

Sobre esta situación injusta, he de decir que al principio no era consciente de lo que me pasaba, simplemente me sentía mal, era una primera expresión difusa de la emoción en mí. Las emociones tienen principalmente tres componentes: fisiológico, conductual y cognitivo. Es decir, por un lado, afectan a la bioquímica del organismo, como pueden ser la presión arterial o la cantidad de adrenalina en sangre, por otro lado, nos empujan a actuar de una determinada manera, como puede ser huir o atacar, y por último, nos activan el pensamiento, por ejemplo, para crear una estrategia.

En mi caso, cuando aparece una emoción nueva en mí, la vivo borrosa y con cierta confusión. Me cuesta ponerle un nombre exacto que la describa con precisión. Creo que no es fácil concretar los matices de cada emoción y esto requiere de cierta sabiduría. Cabe mencionar que existen más de 500 términos que aluden a fenómenos emocionales. Y bueno, en este caso en concreto, yo he dejado en el horno que mi emoción reposara y que el proceso avanzara para ver qué quería decirme. Esto lo he aprendido gracias a la meditación y ahora no permito que los impulsos sean mi primera o única respuesta.

Todo esto que te cuento no es para hablarte únicamente de algo que me ha pasado a mí. Es algo que tal vez pueda ayudarte también a ti en algún momento porque somos seres humanos y compartimos emociones.

Bien, descubrí que ese sentimiento que yo tenía era sobre todo indignación. Podemos visualizar, metafóricamente, nuestro interior emocional como un jardín reservado para nosotros y para quienes decidimos invitar. Pude ver esa emoción como una nueva planta en mi jardín.

No me había dado cuenta, que la semilla de esa planta había sido arrastrada hacía mí, por accidente del destino, como si un viento la hubiera empujado por el aire y hubiera caído en mi tierra, donde arraigó y creció. Es la planta que tengo delante ahora y que me provoca mal estar.

Creo que todos deberíamos tratar nuestro jardín como un lugar sagrado, tenerlo limpio, sin malas hierbas, esforzándonos por cuidarlo y dedicarle tiempo, regarlo con frecuencia y atender las amenazas.

Lo que se riega es lo que crece. Por eso, hay que tener cuidado con los pensamientos y emociones que se riegan. Si alimentas tu lado oscuro, harás de tu jardín tu propio infierno. Por eso, las plantas como la honestidad, la ilusión o la generosidad son las que hay que regar con más frecuencia.

Es mi jardín. Es tu jardín. Es el sitio donde vivimos.

Nos preocupamos con frecuencia en cuidar otras cosas más mundanas del exterior y por mucho que cuidemos de lo que hay fuera, nuestro único y verdadero lugar somos nosotros.

Allá donde vayas, siempre irás contigo.

En mi jardín brotaba con fuerza esa planta, la de la indignación. Así que cogí una silla y me senté a contemplarla. Exactamente eso es meditar. Pude ver cómo era. Tenía color de desengaño, hojas de desilusión, pinchos de amargura, tacto de desamparo y olor de desconsuelo. Esta planta tenía potencial venenoso porque crecía deprisa y sabía que podía extenderse rápido a través del rencor y la rabia. Cuando la miraba fijamente me proyectaba hacia un jardín que no era el mío, a ser alguien que no quería ser.

Estoy convencido de que las personas nos hacemos en la acción y nos definimos en ella. Pienso que a las personas se les conoce más por algunos solos de sus actos que por todas sus palabras juntas.

Y yo me preguntaba… ¿A dónde me lleva el aroma de esta nueva planta? ¿por qué está aquí? ¿qué debo hacer con ella?

Pienso que no sólo es importante lo que sentimos, también es importante lo que hacemos con lo que sentimos. Y desde la sabiduría que permite la meditación, desde esa maravillosa observación sin juicio, he percibido que los sentimientos de rechazo y rencor sólo destruyen. Uno nunca tendrá un jardín sereno y nunca será un buen lugar para sí mismo si habitan esas plantas dentro.

Es inevitable que no me venga a la cabeza este precioso poema de Rumi, que conocí a través de mi profesora de mindfulness Mariluz Marchite. Dice así:

LA CASA DE HUÉSPEDES

El ser humano es una casa de huéspedes.

Cada mañana un nuevo recién llegado.

Una alegría, una tristeza, una maldad.

Cierta consciencia momentánea llega

como un visitante inesperado.

¡Dales la bienvenida y recíbelos a todos!

Incluso si fueran una muchedumbre de lamentos

que vacían tu casa con violencia,

aun así, trata a cada huésped con honor,

puede estar creándote el espacio

para un nuevo deleite

al pensamiento oscuro, a la vergüenza, a la malicia.

Recíbelos en la puerta riendo

e invítalos a entrar.

Sé agradecido con quien quiera que venga

porque cada uno ha sido enviado

como una guía del más allá.

Poema de Rumi, poeta Sufí del siglo XIII

Siguiendo la sabiduría recogida en esas palabras, dejé que esa planta permaneciera en mi jardín. Y dialogué con ella.

Reproduzco aquí los diálogos internos de mi mente:

«Veo que has aparecido en mi jardín y probablemente estás aquí para decirme algo. Así que está bien. Te escucho.

(Y escuché. El tiempo suficiente.)

Sé que has brotado porque me ha dolido cómo me han tratado ciertas personas y también como algunas personas han tratado a otras que son importantes para mí. Ese ha sido tu alimento. Has aparecido para recordarme que no soporto la injusticia y que me indigna la cobardía. Me indigna el silencio de los cobardes y los que no arriesgan nada para hacer de este sitio un mundo mejor. Es cierto, me produces emociones que no son placenteras y sé que todas ellas son fuente de sabiduría. Así que, querida indignación, te considero una maestra. Gracias, de verdad, por recordarme lo que es importante en mi vida, por recordarme cómo quiero tener mi jardín y la persona que quiero ser. Probablemente, vienes del jardín de otra persona, donde la planta del rencor creció sin límites. Allí te hiciste fuerte y desde allí te repartiste. No lo dudo, vienes de alguien que no cuidó bien su jardín.»

Este diálogo interno me reconcilió.

Conforme las voces de distintas partes de mí hablaban, la planta se iba transformando lentamente. Percibía que cuanto más suave yo le hablaba, más se encogían sus pinchos. Cuanto más comprensivo era, más grandes y bonitas se hacían sus hojas. Cuánto más delicadamente la trataba, más se transformaba. Así que cogí un poco de agua y mis mejores nutrientes. Se los di. Lo mejor de mí, eso le di. Y entonces vi que ya era otra planta. Y la reconocía. Ya lo creo que la reconocía, la he visto otras veces y la tengo ahora en otras partes de mi jardín. La indescriptible y maravillosa planta de la aceptación.

Aceptación tiene tallo robusto, es una planta grande y densa, con flores voluminosas y coloridas. Aceptación te hace feliz y te da paz.

Hay una planta muy parecida a esta, que se llama resignación. Es exactamente igual, pero la distinguirás porque esta tiene flores pequeñas y apagadas. Sólo se diferencian en eso. Aceptación hace feliz, resignación hace desdichado. En el interior de cada uno está la verdad de lo que uno siente, así que escuchándote sin juicio sabrás qué planta es la que has cultivado.

Creo que todo pasa por algo, y aunque hoy no entendamos ciertas cosas, mañana tendremos una explicación para lo que ahora no somos capaces de ver. El daño que a veces hemos recibido, con frecuencia no era contra nosotros, sino que alguien volcó en nosotros sus traumas ajenos. Así que no te lo quedes, no era para ti.

Hay accidentes del universo que aún no entendemos, y tal vez, quien sabe, eso sea porque todavía no estamos preparados para entender.

Hoy respiro feliz en mi bonito jardín y te invito a que tú cuides del tuyo, porque de jardines bonitos llenaremos el mundo y lograremos constatar que el amor es la fuerza más poderosa que existe.

Hoy me he levantado de la silla porque indignación ya se ha ido y aceptación reposa florecida en la tierra. Así que me voy.

La vida me espera. Y a ti también.

Un artículo original de Javier Lozano de Diego

Escrito desde mí, para ti.

Mientras escuchaba Echoes de Martin Roth