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He de reconocer que siempre me he sentido muy atraído por todo lo que esconde el significado de la palabra “perspectiva”, esa idea de poder observar las cosas desde otro lado, bajo distintos ángulos, desde una posición desacostumbrada. No se me ocurre mejor manera de explicarte cómo concibo la perspectiva que a través de una metáfora. ¿Vamos a por ello?

Imagina que estás en las faldas de una gran montaña, puede ser alguna que conozcas, o alguna que quieras imaginar. Te has propuesto iniciar una ascensión hacia la cima. Aunque puedas prever algo sobre cómo será la subida, realmente no sabes cómo son los obstáculos que pudieras encontrar, ni cómo responderán tus fuerzas, ni si la meteorología será favorable o adversa. Lo único que tienes claro es que te has propuesto intentarlo. Ya sabes, el futuro es muy incierto pero tú voluntad es muy real.

Empiezas desde abajo, que es el mejor lugar para empezar bien cualquier cosa, desde abajo pero mirando hacia arriba. Esa es tu manera de afrontar este reto, piensas a lo grande, pero das pasos pequeños. Esa es la grandeza de tu actitud.

En tu camino se suceden tramos duros, zonas con gran pendiente y curvas cerradas que rodean la montaña dibujando su orografía, zonas húmedas, con musgo y líquenes en las rocas, muy resbaladizas, zonas también ariscas, de piedras que se presentan afiladas, desafiantes ante cualquier tropiezo donde resbalarse podría resultar fatal. Zonas abiertas donde el camino se desdibuja y se siente la desorientación que produce el saberse perdido. Y caminas, incesante, en esta ascensión, que no es otra que la de tu propia vida. Naciste abajo y morirás en la cima. Y los momentos difíciles de tu vida son las zonas peligrosas y duras de esta montaña, y los momentos fáciles son en los que la pendiente se suaviza y la montaña es amable contigo, como en algunos momentos también lo es la vida. Y de pronto, en algún momento, a veces incluso en el menos esperado… Te detienes. Y dejas de escuchar el ruido que tus pies hacían sobre las piedras, y dejas de escuchar tu respiración fuerte por la exigencia de la subida. Y de repente todo es silencio, todo es serenidad. Y te giras. Y ves el camino recorrido, las duras curvas, aquellas rocas que superaste, y prácticamente ves desde arriba lo que han sido todos tus pasos, ahora huellas, las que dicen cómo ha sido la subida, las huellas de tu vida. Y eso, justo eso, es la perspectiva.

A veces en el camino de nuestra vida nos detiene una enfermedad, otras veces una separación, el fallecimiento de alguien muy querido, la pérdida de un trabajo y a veces nos detienen cosas tan improbables, tan poco previsibles, como un virus de apenas 0,1 micras procedente de Wuhan que ha detenido el mundo entero, ofreciendo (y casi forzando) a la humanidad a ver desde otra perspectiva.

Cuanto más alto estamos y más tiempo llevamos caminando por este mundo, más perspectiva somos capaces de tomar. Y perspectiva, no es sólo mirar abajo, ni atrás, ni al pasado. Perspectiva también es mirar a través de los ojos de otro, a través de otros contextos, a través de otras gafas, de otras situaciones, de todo aquello que nos permite observar nuestra vida desde otro ángulo distinto al habitual. Pero eso sí… sólo aparece si nos detenemos.

Hay que parar, girarse y mirar desde lo alto de la montaña. Y poder bucear en la pareja que fuimos para nuestro cónyuge en aquellas rocas afiladas, o el compañero de trabajo que fuimos en la zona donde había tanta maleza tan densa, o los valores que teníamos en aquellos inicios de adolescente, que a lo mejor perdimos, o la esperanza que albergábamos en aquellos árboles, y cómo dejamos la esperanza allí y seguimos subiendo sin ella, o cómo cargamos en nuestra mochila para esta ascensión, a la resignación que nos encontramos en aquella pared de roca tan insuperable. Tantas cosas hemos quitado y hemos metido en la mochila en este viaje… Cada uno las suyas. Pero ahora, desde esta perspectiva, ahora que puedes observar desde lo alto de tu vida, puedes saber mejor quién eres, cuáles han sido tus pasos hasta hoy, valora si el camino que ves desde aquí es el que te gusta, porque cuando gires otra vez y mires hacia la montaña, volverá a estar en tu mano dar unos pasos nuevos. Recuerda que lo importante es el viaje, no el destino. Recuerda también que la perspectiva te despierta y que con los ojos abiertos tus pasos irán en la dirección que has elegido. No te obsesiones con la felicidad, pregúntate mejor si lo que estás haciendo con tu vida es realmente lo que quieres hacer con tu vida. Y ahora, ahora que has cogido perspectiva, date la vuelta, mira a la montaña y da el siguiente paso.

 

Un artículo escrito por Javier Lozano de Diego