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Contextualizando.
Según distintas fuentes, el porcentaje de matrimonios que terminan en divorcio en España es muy superior al 50% y según la fuente consultada este dato puede variar hasta el 70%. Estos datos obligan desde la sociología a una reflexión profunda: ¿qué está sucediendo en las relaciones de pareja matrimoniales?
Según la Asociación Española de Abogados de Familia (AEAFA) hay algunas causas comunes en la gran mayoría de las separaciones y citan, como causa principal, «el desgaste, el alejamiento y la falta de comunicación al que lleva el estrés provocado por la crianza de los hijos y el trabajo». Y en este sentido, comenta uno de los vocales de AEAFA, Álvaro Iraizoz Reclusa, que «este estrés puede provocar múltiples discusiones, algunas por motivos intrascendentes, desembocando en el peor de los casos en el abandono, el desprecio o la indiferencia absoluta hacia el otro miembro de la pareja. La excesiva dedicación al trabajo, la complicada conciliación laboral y familiar o la frecuente sobrecarga de uno de los miembros de la pareja en las labores de la crianza y las propias del mantenimiento del hogar, entre otros aspectos, propician la ruptura».
El grupo de edad con más divorcios comprende edades entre los 40 y 50 años, «es decir, aquellos que a menudo se encuentran inmersos en plena crianza. Se trata de una etapa crítica», apunta Iraizoz. La duración media de los matrimonios que se divorcian en España es de 16 años.
Los abogados que cada día afrontan crisis familiares atribuyen el segundo motivo de separación al «desenamoramiento, que en ocasiones coincide con el inicio de una relación con una tercera persona. Las infidelidades y las dificultades económicas». Así que parece ser cierto el dicho de que cuando el dinero sale por la puerta, el amor salta por la ventana.
Estas respuestas de los letrados forman parte del IV Observatorio del Derecho de Familia, que se ha elaborado a partir de una encuesta a los letrados de la AEAFA en diciembre de 2021.
Las doce razones más citadas por los abogados son las siguientes:
- El desgaste, alejamiento y la falta de comunicación al que lleva el estrés provocado por la crianza de los hijos y el trabajo.
- Desenamoramiento. A veces, acompañado del inicio de una relación con una tercera persona.
- Infidelidades.
- Dificultades económicas.
- Discrepancias que surgen a raíz de la crianza y de la educación de los hijos. Se pone en evidencia estilos de vida y valores completamente distintos.
- La excesiva presencia de las respectivas familias políticas que generalmente ayudan, pero que a veces también ahogan.
- Irritabilidad o mal carácter. En casa, con nuestros más íntimos, sacamos la peor de nuestras versiones.
- Elección de una pareja con un carácter incompatible con el nuestro.
- Adicciones.
- Violencia de género, doméstica, trato inadecuado entre los miembros de la pareja.
- Dificultad para gestionar las emociones que genera el surgimiento de enfermedades, físicas o mentales, o agravamiento de las ya existentes en algún miembro de la familia.
- Cuando uno de los miembros de la pareja acepta su verdadera orientación sexual.
Creo que toda esta información no nos descubre nada nuevo. Lo que yo quiero es plantear una reflexión sobre las relaciones de pareja desde el punto de vista, no solamente sociológico sino también psicológico.
Por un lado, creo que la sociedad tiene una propuesta en cuanto al modelo de relación para las personas, que, en su modelo más clásico, se basa en una relación afectiva de dos personas que comparten su vida y en la que se adquieren unos compromisos. En esta acepción clásica, la Real Academia Española define el matrimonio (del latín matrimonīum) como «una institución social, presente en gran cantidad de culturas, que establece un vínculo conyugal entre personas, reconocido y consolidado por medio de prácticas comunitarias y normas legales, religiosas o morales. La unión matrimonial establece entre los cónyuges —y en muchos casos también entre las familias de origen de estos— derechos y obligaciones que varían considerablemente según las normas que la regulan en cada sociedad».
Esta institucionalización de la relación entre dos personas genera un modelo de relación que esas personas asumen, a veces de manera inconsciente. Tengo una hipótesis y es que es este modelo el que está fracasando porque no atiende nuestra realidad, nuestras necesidades y nuestra naturaleza.
Un poco de historia.
Los primeros datos sobre el origen del matrimonio se remontan a Mesopotamia, en el 4.000 a.C. aparece en una tablilla la constancia de un pacto entre un hombre y una mujer, definiéndose los derechos y deberes de la esposa, también el dinero que esta obtendría en caso de ser rechazada y el castigo en caso de ser infiel.
Después, por ejemplo, en la Edad Antigua, el enlace matrimonial será un contrato privado entre el suegro y el yerno, en el que se definen los intereses de los cónyuges.
Sabemos que los cambios sociales son procesos lentos y evolucionan según la realidad va demandando la necesidad de esos cambios.
El matrimonio tuvo cambios sustanciales durante el Imperio Romano, en la Edad Media. Tras la caída del Imperio Romano y el consiguiente auge de la Iglesia Católica, se da comienzo a una época de oscurantismo y tabúes. La Iglesia Medieval toma las riendas de la ética y la moral, imponiendo un nuevo concepto de matrimonio. A partir de este momento y por primera vez en Occidente, un vínculo que hasta entonces ha sido civil, se convierte en una unión indisoluble ante los ojos de Dios.
Sin embargo, en el final de la Edad Moderna matrimonio y amor se acercan. Es en el siglo XIX, con el Romanticismo, cuando aparece un movimiento que exalta la importancia de los sentimientos y se termina de consolidar esta nueva concepción: el amor como centro y eje principal del matrimonio.
En la visión contemporánea del matrimonio occidental las percepciones son muy variadas, y están influenciadas por múltiples factores como las condiciones individuales, la religión, la educación o la cultura. Muchos aspectos que las personas creemos sin precedentes, en realidad no son precisamente, ni nuevos ni modernos, sino que están arraigados en el pasado, y se basan en mayor o menor medida en uno u otro momento de la evolución histórica del concepto de matrimonio en cuestión.
Dicho esto, tras observar la historia reciente y analizar las tendencias de la sociedad en la que vivimos, vamos profundizar un poco más el concepto y los fundamentos principales del matrimonio contemporáneo.
Encontramos una definición.
El matrimonio es un ritual propio del ser humano, en el que se institucionaliza la relación entre personas y se legitima frente a la familia y los seres queridos, desde una perspectiva civil o religiosa, para que dicho vínculo sea reconocido socialmente. Se fundamenta en una decisión voluntaria por parte de los individuos, basada en el amor, la protección y el respeto recíprocos, sin jamás atentar contra los derechos humanos. Su propósito expreso es el de integrar una familia, indistintamente de la edad, sexo, raza o religión de los integrantes, en el que la eventual perpetuación de la especie no es un deber, sino un derecho de libre elección.
Actualmente son solo unos pocos matrimonios afortunados en los que el amor explica su unión. En muchos casos la unión está explicada por la hipoteca, por la costumbre o por la dependencia afectiva.
Profundizando en la relación amorosa y dejando a un lado el modelo social e institucional del matrimonio, en mi opinión, la presencia de un lenguaje propio compartido por dos personas es fundamental. Vivir la vida “de a dos” supone ser cómplices en esa relación, en la que la admiración mutua es un ingrediente necesario. Se deben además tener ciertas capacidades personales desarrolladas como son la capacidad de aceptar, respetar o establecer límites. Amar es algo natural y espontáneo, lo que es difícil es amar bien porque esto requiere de responsabilidad afectiva y ciertas capacidades maduradas en la persona. En este sentido, las personas que no se conocen bien a sí mismas, suelen suponer un peligro afectivo para los demás.
Creo también que las parejas son parejas mientras lo son, es decir, que ningún estado civil crea por sí mismo una auténtica pareja. Fijarse un para siempre per se es generar una expectativa, que, aunque inevitable, puede ser tremendamente frustrante. La expectativa tiene que ver más con la idea de que ambos miembros de la pareja siempre van a poner de su parte para construir y fortalecer su relación cada día. No vale si lo hace solamente uno de los dos. Lo importante, por lo tanto, no es lo que un matrimonio dure sino cómo es mientras dura. No se trata de aguantar, ni una relación es mejor solamente porque dure muchos años, lo que hay de valor en la relación es la naturaleza de la propia relación.
La elección de la pareja afectiva es probablemente una de las decisiones más importantes de la vida de una persona. Me gusta mucho el planteamiento que hace la psicóloga Elena Llanos López, autora de Ámate y sé feliz, en la idea de que la pareja es el nosotros que aparece al unirnos. Se explica con una sencilla ecuación:
PAREJA = YO + TÚ + NOSOTROS
Los individuos y sus identidades personales permanecen en la pareja, con su propia esencia, es la idea de que uno puede ser uno dentro de esa pareja. Eso sí, aparece un espacio nuevo, compartido, que es el nosotros. Ese espacio es la propia historia de esa pareja, un libro que juntos deben escribir, imprescindiblemente con su propio lenguaje. En ese libro no hay convencionalismos, instituciones ni modelos sociales. Es un lenguaje íntimo que construirá el verdadero vínculo que podrá (o no) mantener unida a la pareja en los distintos retos que se encuentre a lo largo de la vida. Creo que este modelo es el que se debe revindicar ahora mismo: la historia propia que escribe una pareja es la que a ellos les debe hacer felices, el convencionalismo es un guion social que no debe ser trasladado al ámbito de la pareja. El problema es intentar quererse de una manera que no sea la propia y en este sentido el matrimonio y sus términos culturales generan unas expectativas sobre los demás que pueden suponer un gran riesgo.
Personalmente creo que seguirán aumentando durante unos años las separaciones y esto no es un hecho malo en sí, es un periodo en el que se deja marchar una manera disfuncional de relacionarse, pero que, si facilitamos la creación de un modelo más puro de relación, las personas aprendemos a relacionarnos de una mejor manera entre nosotros. Centrarnos en nuestro propio desarrollo emocional y psicológico, en ser mejores personas, mejores amantes y saber más sobre el amor nos ayudará mucho. En este sentido, recomiendo leer “Los 5 Lenguajes del Amor” de Gary Chapman, Ed. Unilit.
Por otro lado, en no pocas ocasiones, algunas personas llaman amor a lo que es una huida de su propia soledad. En estos casos recomiendo mucho tiempo de introspección para que uno sepa quién es, qué quiere hacer con su vida y qué significa en todo eso su pareja afectiva. Recomiendo para esto leer “Sobre el amor y la soledad” de Krishnamurti, Ed. Kairós.
El mejor amor es capaz de darlo aquella persona que es capaz de vivir sola y ser feliz porque la necesidad y las carencias no son la causa de su búsqueda de pareja. De esta manera es cuando se puede amar realmente. Leer “Amar lo que es” de Byron Katie, ediciones Urano.
En relación a esto, en mi opinión, algunos psicólogos y terapeutas de pareja están haciendo una labor incorrecta cuando parten de la premisa de que intentar salvar un matrimonio es casi el único objetivo terapéutico. Cada día más, pero insuficientes todavía, son los psicólogos que también ayudan a separar a una pareja en la que ambos miembros están sufriendo y están atrapados en esa relación, sin fuerzas para salir, deteriorándose ambos a lo largo del tiempo. Cuando una relación de pareja no funciona y no tiene perspectiva de funcionar, los psicólogos deben acompañar a esa pareja en la separación porque el drama no es separarse, el drama es seguir juntos en una relación de pareja que daña e impide crecer a sus miembros.
En este sentido creo que labor del destacado psicólogo Walter Riso es fundamental. Recomiendo su libro “¿Amar o depender? Cómo superar el apego afectivo y hacer del amor una experiencia plena y saludable” Ed. Planeta/Zenith.
Y es que a veces se confunde también amor con el cariño que se tiene por alguien con quien se ha compartido un proyecto pero que en la actualidad ya no se comparte. Es el famoso apego. El drama que surge cuando uno se da cuenta de esto es terrible. Incluso en casos muy claros, a nadie le viene bien separarse porque la comodidad de la rutina siempre otorga cierta inercia. Salir de una relación requiere de un gran esfuerzo que no todo el mundo quiere realizar. Es como el cohete que despega hacia el cielo en contra de la fuerza de la gravedad, requiere un empuje muy grande al principio. Muchas personas evitan esta situación por la gran energía que requiere separarse, no se sienten con fuerzas, les da miedo todo lo que viene por delante y procrastinan continuamente su decisión. Dicen: “ya veremos qué pasa”, y con frecuencia lo que pasan son los años.
La permanencia de una persona en una relación de pareja que ya no funciona y no le va bien a su vida suele ser la falta de autoestima.
En cuanto a las relaciones de pareja plenas, el doctor Walter Riso, en su guía para vencer la dependencia emocional dice…
«Necesitas de tres elementos siempre: eros (deseo/erotismo), philia (amistad/empatía) y ágape (cuidado/dulzura). Hacer el amor con la mejor o el mejor amigo y con ternura. ¿Qué más se puede pedir?
Porque si quieres y necesitas más, quizás hayas sobrevalorado el amor y tengas idealizado lo que es amar. De ser así, esta sobreexigencia te hará infeliz a ti y a tu pareja ya que nunca alcanzarás la meta de «perfección» y «divinidad emocional», al menos en este mundo (si es que hay otro). Cuando amas o accedes al amor que te dan, lo haces con toda tu humanidad a cuestas. Lo bueno y lo malo, la virtud y el vicio, lo oscuro y lo maravilloso que hay en ti. El idealismo afectivo no es un don, es un síntoma que te hará vivir frustrado las veinticuatro horas. Si andas por la estratósfera, bájate de las nubes, aterriza en algún corazón que valga la pena y en algún cuerpo que te cobije y arrope».
Sin más.
Espero que este artículo ayude a reflexionar sobre el maravilloso y complejo mundo de las relaciones humanas.
Cada uno tiene el derecho, como protagonista de su vida, de tener su propio concepto de las relaciones y lo importante es que la persona con la que uno tenga una relación, tenga una visión muy compartida de eso.
Pese a lo negativo de las estadísticas y a las dificultades que tenemos los seres humanos en nuestras relaciones afectivas, existen las relaciones felices.
Es maravilloso presentarse a la otra persona con total desnudez psicológica y emocional: aquí estoy yo, soy esta persona. Cuando esa persona te empuja a ser más tú, más tu esencia, cuando te subraya, es cuando te quiere bien. Además, cuando esta persona conoce tus vulnerabilidades y defectos no intenta aprovecharse de ellos para obtener su beneficio. Es obvio que todas las personas tenemos nuestros propios rasgos de personalidad y con frecuencia nos referimos a ellos en términos de defectos y virtudes cuando en la mayoría de los casos representan la misma cosa. Lo que es un defecto para unos, es una virtud para otros. Por eso, estrictamente, debemos calificar de defecto aquella parte de una persona que le hace daño a sí misma. No podemos calificar como defectos simplemente lo que no nos gusta de alguien.
Tenemos unas fronteras como individuos y dentro de ellas, en nuestro interior, somos nuestra propia gran verdad y nuestros propios dueños. Somos legítimamente libres de sentir, pensar y actuar como queremos, siempre y cuando respetemos los derechos fundamentales de los demás. Somos también, en última instancia, el derecho a ser nosotros mismos.
Creo que hay una expresión que, pese a ser coloquial recoge mucha sabiduría y es que, en las relaciones, como en otras cosas de la vida… allá cada cual con su película.
Un artículo original de Javier Lozano de Diego