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Hacemos trampas para ganar, para obtener alguna ventaja, para evitar consecuencias negativas y en algunos casos, simplemente por falta de ética o de autocontrol.
El caso es que hacemos trampas.
Edgar Allan Poe definió al ser humano como el animal que hace trampas y en uno de sus relatos añadió: “mientras existan seres humanos, las harán”. Poe, que tenía conocimientos suficientes para escribir magníficas historias sobre animales, no reparó en que éstos también las hacían.
Los etólogos han descubierto que los chimpancés y los monos capuchinos son capaces de engañar. En este sentido cabe sospechar que la mentira puede jugar un papel adaptativo y por eso, tal vez, la selección natural mantiene esta capacidad de engañar.
Llevo algunos años indagando en esta cuestión de la mentira y después de mucho tiempo he llegado a la conclusión de que la mentira es tan despreciable como adaptativa.
Análisis evolutivo aparte, lo que está claro es que no nos gusta que nos mientan, sin embargo, con mucha probabilidad, la persona que más veces va mentirte en esta vida eres tú. Y no poco.
Primer escalón, el punto de partida: nos hacemos trampas a nosotros mismos.
Sí. Nos mentimos para evitar situaciones a las que no nos queremos enfrentar en nuestra vida. Nos mentimos, por ejemplo, para no aceptar que estamos con una pareja que ya no queremos o que mantenemos amistades que ya dejaron de serlo. En resumen: si nuestra vida no es como la quisiéramos, la mentira es una solución psicológica para creernos que nuestra vida es de otra manera. Si la realidad es incómoda, desagradable, nos autoconvencemos de otra.
Las propias trampas son tan refinadas y sutiles que con frecuencia ni siquiera son detectadas por nosotros mismos, permanecen en esa parte llamada inconsciente, esa parte de nosotros que no conocemos pero que ejerce influencia en nuestros pensamientos, emociones y conducta.
Todo ese mundo inaccesible por la conciencia inmediata permanece oculto, profundo y silencioso, seguramente con el objetivo de protegernos. Un mundo cuya frontera está cerrada por una puerta con múltiples y difíciles cerrojos. Como es sabido, fue Sigmund Freud quien desarrolló el concepto de inconsciente y aunque su teoría del psicoanálisis no está universalmente aceptada por todas las corrientes de psicología, sí que está aceptado el hecho de que haya procesos psicológicos que puedan operar fuera del campo de lo consciente.
Segundo escalón: la verdad es para valientes.
¿Cuántas veces una mentira parece simplificarnos la vida? Estas pequeñas mentiras para evitar quedar con alguien, para vernos en un compromiso o para rechazar un plan que en realidad no nos apetece y así evitar dar explicaciones. Simplificamos, pero también dejamos de mostrarnos como realmente somos. Estas mentiras sí suelen ser conscientes, incluso planificadas.
Los seres humanos hemos construido un sistema muy potente para no sentirnos mal frente a la mentira, incluso para aprobarla. Como en el caso de la mentira piadosa, cuyo objetivo tiene evitar darle a alguien un disgusto. Diferenciamos terminológicamente las excusas, las justificaciones y los pretextos, cuando en muchos casos todas esas palabras conducen a un mismo lugar: la mentira, en sus distintas formas, adulteraciones y envoltorios.
Aunque a nivel filosófico puede ser discutible, a nivel práctico es sencillo: todo aquello que no es verdad, es simplemente mentira.
El psicólogo social Leon Festinger explicó lo que es la disonancia cognitiva y elaboró una teoría que explica el autoengaño. Y es que para mantener en nuestra vida una sensación de coherencia y consistencia interna necesitamos autoengañarnos. De no hacerlo, podemos caer en continuas contradicciones conscientes que generan mal estar. De hecho, una manera de detectar si una persona se autoengaña es observar si en su vida tiene muchas contradicciones entre lo que dice y hace. Esa falta de coherencia suele generar ansiedad y se resuelve con el autoengaño.
El propio Leon Festinger realizó un estudio en el que demostró que la mente de quienes se autoengañan resuelve la disonancia cognitiva “aceptando la mentira como una verdad”. Esto es lo que comúnmente solemos decir cuando usamos la expresión: “se cree sus propias mentiras”.
Otro ejemplo claro de la disonancia cognitiva es lo que le ocurre a una persona que ha sido infiel. La mayoría de las personas afirman que nunca serían infieles y expresan además que no les gustaría sufrir una infidelidad, y aún así, en muchas ocasiones, llegan a serlo. Sin embargo, al cometer el acto de infidelidad suelen justificarse diciéndose a sí mismos que la culpa es del otro miembro de la pareja (porque ya no le trataba igual, por ejemplo), ya que soportar el peso de haber sido infiel puede causar mucho sufrimiento.
Tercer escalón: uno puede elegir la verdad como su lenguaje universal.
Conozco personas que cada día se engañan menos a sí mismas, aunque siempre todos nos engañemos en algo. Sin embargo, compruebo que se engañan menos aquellas personas más introspectivas, que pasan más tiempo a solas con ellas mismas, las que se rodean de personas auténticas y las que dedican tiempo a la meditación.
Como siempre, todas mis reflexiones son una invitación para que elabores las tuyas propias. Pese a mi lenguaje asertivo, no me siento en última instancia en posesión de ninguna verdad y te recomiendo que desconfíes de quienes afirman estar en la verdad.
Termino con unas últimas líneas en las que me atrevo a preguntarte: ¿sabes al menos en qué te engañas en tu vida? ¿conoces las trampas que te haces en tu propio solitario? ¿has accedido alguna vez a tu secreto de sumario?
Saber que uno se engaña es saber lo más importante. El paso de la sinceridad contigo es en realidad el único y definitivo.
¿Y si trabajas conscientemente para que al menos dejes de ser tú la persona que más te engañe en la vida?
Un artículo original de Javier Lozano de Diego