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Todo ha sucedido en dos minutos mientras volvía andando hacia mi casa, en mi barrio, a pocos metros ya de llegar…
Miro hacia la terraza de Carlos y Cristina y puedo recordar aquella comida. Puedo verme sentado ahí, con veinte años menos, en otra etapa, en otro momento. Y miro hacia la ventana del hogar en el que crecí, esa ventana en la que tantas horas he estado viendo el mundo transcurrir, como un espectador que veía la película sentado en una butaca. Y miro hacia la acera del otro lado y me veo caminar con apenas pocos años, pisando en aquel momento otras baldosas, las que entonces había. Y por un momento me convierto en aquel niño, ingenuo, apenas sin las heridas que ahora tengo por el hecho de vivir, por tantas experiencias. Y es que vivir es herirse también y cicatrizarse. Y aprender. Qué suerte. Pero ahora no sé por qué todas las heridas se han abierto de repente y me siento demasiado vivo y demasiado vulnerable, y más mayor tal vez de lo que quisiera, y siento que esto es un atisbo de mi conciencia respecto a la finitud de mi vida. Un atisbo melancólico, profundo y con un eco alegre.
Mi mirada sin rumbo se cruza ahora con la fuente de la esquina, que sigue donde siempre ha estado, y escucho el sonido del agua salir a presión. Me veo otra vez bebiendo de la fuente en aquellos veranos, empapado de sudor, después de correr con mis amigos hacia ningún lado. Me refresca.
Y en segundos todo cambia y de repente soy un anciano apoyado en un bastón, todavía lleno de preguntas sin resolver. Y me pregunto si la sociedad habrá avanzado, si habremos resuelto algunos de nuestros enigmas vitales. Y me pregunto si todos los que quiero seguirán vivos o no. De pronto me siento solo. Y me encojo por dentro.
Otra vez, de nuevo, en cuestión de segundos, veo a mis hijos caminar con mis nietos, los veo también correr por las mismas aceras, en estas mismas calles, o en otras, en otros lugares bajo la mirada de los mismos edificios y de la misma fuente, o de otros. Y empiezo a sentirme dentro de una corriente biográfica de pasado, presente y futuro que me lleva como lleva el viento a una hoja hacia un remolino. Y me da vueltas allá donde dirijo mi mirada. Y veo a mis amigos y nuestras vidas alejarse y acercarse como en tantos momentos ha pasado. Y veo labios acercarse a otros labios y manos agarrando a otras manos. Y de repente se hace el silencio.
Escucho a Román pasar con su Vespino negra hacia la ETI. De repente son las 7:45. De repente se hace tarde. De repente vuelve a amanecer. Todas nuestras vidas se están entrecruzando ahora delante de mí, es como si todo lo que hubiera sucedido en esta calle estuviera sucediendo a la vez en un único instante, superponiéndose todos mis amigos en el mismo espacio, en el mismo momento. Es algo así como una especie de corriente circular en el tiempo.
Estoy ya llegando al portal de mi casa escuchando a la vida decirme: “Sigues aquí pero un día serás solo recuerdos. Recuerdos en personas”. Y paradójicamente me siento vivo como en ningún otro momento. Agarro la vida con fuerza y pienso: “¡Ostia qué suerte que tengo! Estoy otro día más aquí, junto a los míos.” Siento como si la vida fuera una canción, de solo unos minutos, y por un momento pudiera escuchar después su silencio. Así es la vida. Y mientras la canción suene… ¡Yo seguiré cantando!
Un escrito original de
Javier Lozano de Diego