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Algunos vivimos con gran asombro el hecho mismo de nuestra singular existencia, esa cierta sensación de descubrimiento permanente de algo interior que podríamos llamar identidad esencial, nuestra naturaleza más profunda con la que a veces entramos en contacto. También, tal vez, todos nos hemos sentido muy diferentes al resto, sin saber exactamente por qué. Estas líneas van dirigidas a quienes alguna vez se han sentido así.
Y concretamente en este instante me dirijo a ti porque muy probablemente no lees estas líneas por casualidad. Hay un asunto importante por el que yo te escribo y también probablemente es el mismo por el que tú me lees. Esto que planteo podría ser algo sobre la realidad de ti, o de tus hijos, o de tu pareja, o de un familiar. Esto es algo que tú vives en primera persona, sea de la forma que sea. Hablo de eso que llaman alta capacidad intelectual. Algo que es a la vez simple y complejo. Simple porque su significado es intuitivo e inmediato, complejo porque cuando buscamos un trazo que dibuje con claridad el concepto de inteligencia, aparece siempre algo borroso, donde no queda claro cuando sí y cuando no existe esa alta capacidad. Yo me voy a referir a este concepto de distintas maneras, a veces como personas muy inteligentes, otras como personas con altas capacidades, y otras también como superdotadas. Y más o menos, hablo siempre de lo mismo, aunque soy consciente de que existen matices conceptuales, los obviaré aquí.
Lo cierto es que gracias al progreso de la neurociencia y a la divulgación de estos avances en la sociedad, el grado de visibilidad y sensibilidad hacia la alta capacidad es, aunque insuficiente, probablemente el mayor de nuestra historia. Y son las generaciones que vienen, los niños y niñas en edad escolar, quienes más se van a beneficiar de todo esto.
Hablando de estos niños y de nuestro rol como educadores, estoy convencido de que uno de nuestros cometidos es ser facilitadores en el proceso de descubrimiento de nuestros hijos, en ayudarles a responderse mejor a la pregunta de quiénes son. Y pienso que esto no podemos hacerlo con éxito si tenemos preferencias con el resultado, es decir, si deseamos que nuestros hijos sean de cierta manera concreta. Esta contaminación es peligrosa, ya que la verdad solo puede ser vista cuando hay una auténtica apertura y miramos despojados de nuestras creencias que no hacen nada más que distraernos con sus sesgos siempre peligrosos. Escucha a tu hijo, pero no literalmente su voz… escucha sus emociones, la expresión de su cuerpo, su mirada, su manera de estar y existir en el mundo, escucha su esencia porque solamente desde ahí podrás facilitarle el descubrimiento de su propio camino.
Algo que observo en la mayoría de las personas con altas capacidades (tratando de ir más allá de lo que habitualmente dicen los libros) diría que es una diferencia sustancial en el procesamiento y vivencia de una realidad compleja que siempre conlleva un profundo grado de conciencia. Es estar en el mismo planeta pero en distinto mundo. Desde esa diferente conciencia emanan, espontáneamente y de manera innata, valores como la justicia, sin necesidad de que sean aprendidos en ninguna clase de ética o de religión. Y me parece fundamental entender que la manera de educar a estos niños es estar fuera de cualquier doctrina, porque lo vital es favorecer su pensamiento crítico y divergente, pero nunca introducir una información concreta. Precisamente ellos están diseñados para construir contenido, no para ser un soporte sobre el que realizar una acción del tipo copiar-pegar. Nuestros esfuerzos deben ir encaminados a alimentar los procesos de reflexión y crítica, esto potenciará su mayor arma en la vida y será el nutriente de uno de sus grandes tesoros: su intuición. Ella será la brújula que les marque el norte en los momentos más críticos de su vida. Ellos encontrarán la salida en el laberinto, incluso aunque no sepan exactamente por qué la salida estaba ahí. Sencillamente lo sabrán. Así es la maravillosa intuición de los superdotados.
Para los que habéis descubierto recientemente que vuestro hijo/a tiene altas capacidades, debéis saber que empezáis ahora un camino que no terminará nunca. Será necesaria una buena formación, un gran trabajo interior y un cambio de paradigma en vuestro rol como padre o madre. Educar niños muy inteligentes conlleva una enorme responsabilidad. Ellos tienen capacidad de hacer grandes cosas, buenas y malas, pero siempre grandes… especialmente si se les propician los medios adecuados. No suelen pasar por la vida de puntillas y por eso, donde pisan, dejan huella. A veces dejan huellas que duran años, a veces toda la vida y a veces para toda la humanidad.
Para los que estáis todavía en la incertidumbre ante la sospecha de la alta capacidad de vuestros hijos, mi consejo es claro: evaluadlos. Y hacedlo cuanto antes. Quiero repetir el llamamiento a la responsabilidad. En esta cuestión quiero ser insistente. Sencillamente es un tema que hay que atender con seriedad. Tener una elevada inteligencia condiciona de una manera muy profunda la vida de cualquier persona. Y la alta capacidad también lo hace y afecta, sobre todo cuando ésta no es detectada a tiempo. Puede parecer exagerado, pero evidentemente todo esto que explico está respaldado por mucha evidencia científica.
Los menores con alta capacidad deben saber quiénes son cuanto antes porque eso les permite elaborar un autoconcepto real de sí mismos y valorarse con afecto en la construcción de su autoestima, ese mirarse a sí mismos con admiración y cariño será fundamental para el resto de su vida. La autoestima es además el mayor predictor psicológico de éxito y felicidad en la vida, muy por encima del CI. Podemos ayudarles mucho si les queremos fuera de nuestros propios prejuicios, límites, conflictos y luchas interiores. Para abrazar a alguien de manera auténtica hay que despojarse de toda ropa. ¿Acaso no es cuando se está desnudo el momento en el que verdaderamente se toca el alma de otra persona?
Esta idea que planteo es la de regar bien una semilla y ver qué planta es la que crece, con poca expectativa, pero mucho interés. Creo que es conveniente una visión trascendente de todo esto. Todos nosotros sabemos que un día nos iremos de aquí, porque nos vamos todos sin excepción.
Un día los hijos de tus hijos, es decir, tus nietos, te darán la perspectiva de pertenecer a una gran cadena llamada familia en la que tú eres el eslabón actual, y en la que, desde un punto de vista sistémico ocupas un lugar entre lo ascendente y descendente, el principio y el final. En esa cadena a veces surge un cambio porque un miembro de la familia tiene un despertar de conciencia y comprende algo que el resto no había comprendido, tal vez porque ese miembro deja de seguir las costumbres y la inercia de la parte ascendente. ¿Entiendes ahora la importancia de estimular el pensamiento crítico y divergente? Si esto que cuento, de alguna manera conecta contigo, te identifica, te mueve… Es porque puedes ser el eslabón que cambie el curso de la cadena. ¡Atrévete a dar un paso en otra dirección! Empieza por ti primero y después deja que tus hijos escriban su propia historia en una página en blanco. Sé la tinta de sus frases pero no les digas las palabras. Ellos van a ser mejores que tú. Aquí no hay ningún gramo de ideología, todo esto es simplemente la evolución.
Los niños con altas capacidades ya saben que son diferentes, lo han sabido desde siempre, lo que no saben es por qué. La idea es descubrirlos para que nunca se sientan extraños, inadaptados, con la sensación de haber nacido con una tara. No hay que olvidar que para ellos, el hecho de saber que tienen altas capacidades les liberará automáticamente de cualquier prisión cultural o social en la que pretendan encerrarlos. Ellos serán siempre unos cuerdos de atar y desafiarán con sus paradigmas cualquier intento de sometimiento.
Evidentemente las personas no nacemos con manual de instrucciones y a veces nos resulta difícil responder a cosas aparentemente tan sencillas como quiénes somos y qué hacemos aquí, no obstante, siempre podemos escuchar a nuestra naturaleza brotar pura desde cada célula. No abandones el camino que te lleva hacia ti, hay personas que viven toda su vida de espaldas a su esencia, sacrificando su vida por un supuesto camino de lo correcto y en realidad es solamente el camino que unos fabricaron para convencer a otros. El auténtico camino es el que uno mismo se construye.
No identificar las altas capacidades a un menor es exponerle a un riesgo grave en la inadecuada construcción de su autoestima y esto le condicionará en las decisiones más importantes de su vida, como son, por ejemplo, la elección de su pareja afectiva o su trabajo. No hay que ser austeros en esto, hay que dedicar todos los recursos económicos y de tiempo posibles, y no hay que parar hasta saber bien cómo es nuestro hijo o nuestra hija.
Nuestra experiencia de vida es la construcción vital que hacemos del mundo que observamos y procesamos. Las personas con altas capacidades pueden a veces sentirse demasiado solas, demasiado incomprendidas, demasiado diferentes, y este demasiado es lo que puede poner en riesgo su sentido de pertenencia grupal, ya no solamente en el círculo próximo de sus relaciones, incluso con su propia especie, pensando que tal vez, nadie vea el mundo como lo ven ellos. Tal vez tú, como padre, madre o educador, puedes ser un espejo que devuelva un reflejo limpio, cariñoso y lleno de admiración hacia ellos. Ese reflejo continuo será la mejor respuesta que les hayas podido dar a la pregunta de quiénes son.
Sé consciente de que ahora mismo hay en el mundo personas con altas capacidades, de las que no conocemos sus nombres ni apellidos, que están haciendo cosas importantes, haciendo gestas heroicas, en silencio. Tal vez tú seas una de ellas, o pueden serlo tus propios hijos. No hablo de gestas relacionadas con descubrimientos científicos, hablo de lo importantes que son para otras personas, padres para sus hijos, amigos para otros amigos, familiares para otros familiares. Allí donde están, son importantes para su entorno. Y a veces, sucede al revés, se apagan como las estrellas, formando un agujero negro donde la angustia y el sufrimiento son su eterna compañía. Son aquellos que no fueron detectados, son aquellos sobre los que se aplicaron instrucciones erróneas, como si fueran un juguete. Y con esas instrucciones nunca funcionaron bien. Son vidas condenadas a caminar siempre de manera errante y solamente se salvan si alguien acude en su rescate. En no pocas ocasiones somos nosotros los que los rescatamos, las asociaciones de personas que unimos nuestras fuerzas en un objetivo común, la identificación a tiempo.
Cada uno de nosotros, como individuos, somos una expresión singular biológica y representamos un intento único e irrepetible de la vida por hacerse camino, un hueco en la supervivencia, y por eso lo que cada de nosotros puede aportar a los demás es absolutamente único. ¿Has descubierto ya qué es lo que tú aportas y a quiénes?
Respecto al tipo de educación de estos niños y niñas diría que no hay que perderse demasiado en lo académico, cosa muy frecuente. Hay que comprender que, debido a la revolución digital que atravesamos, ahora las oportunidades de acceso al conocimiento son las mayores de la historia. Nuestros hijos pueden acceder hoy a un valioso y grandísimo contenido, por eso ya no es un problema el enriquecimiento curricular. No sabemos ni tan siquiera si un día, cuando sean adultos, tal vez, su reserva cognitiva esté alojada en biochips. Las anteriores generaciones nunca habrían imaginado un mundo como hoy lo es. Y existe. Aquí y ahora.
Mi pregunta importante para ti es saber si quieres formar parte de la construcción de un mundo donde la alta capacidad sea detectada, cuidada y dirigida a mejorar la vida propia y la de los demás. Si es así, aporta desde ya tu valor singular. Empieza por ti y por tus hijos. ¡Muévete! A tu alrededor hay muchas personas con altas capacidades sin descubrir y muchas de ellas están sufriendo. Libran una difícil batalla interior entre la pieza del puzzle que la sociedad les propone ser y la que realmente son. A mí no me parece una opción mirar a otro lado. Esto nos afecta a todos de lleno.
Yo lo sé. Y tú también lo sabes.
Un artículo escrito para ANAC por Javier Lozano de Diego